INTERNADO

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La propia terminación, hablando en términos sanitarios, produce una conmoción inevitable. Una de las razones es que siempre ha sido sinónimo de gravedad. Salvo excepciones, el internado es una persona que se encuentra obligado a residir en un centro porque necesita ayuda clínica.

Pero la diferencia estriba en que no es lo mismo internar en un sanatorio que en un psiquiátrico, sobre todo en épocas anteriores, cuando las enfermedades mentales eran atribuidas a causas irracionales o diabólicas y su tratamiento, generalmente, contemplaba el encadenamiento y la agresión física, recibiendo estos enfermos un trato vejatorio. La psiquiatría fue la última especialidad médica en ser aceptada como tal.

En el siglo XIII, la situación de estos enfermos y el desconocimiento profundo sobre las enfermedades mentales en ese contexto fue el principal desencadenante de espantosos sucesos en los que el componente sobrenatural es secundario, puesto que la realidad adquiere protagonismo absoluto resultando más espantoso que cualquiera de los fenómenos que se producen en esas instituciones.

Lo que vamos a exponer a continuación, es una historia totalmente verídica y está respaldada documentalmente, si bien es cierto que determinados detalles pueden ser imprecisos, esto es debido a que parte de la información oficial y de la investigada ha sido censurada e incluso tergiversada.

Pero eso no ha sido un obstáculo para transmitiros la historia de un lugar que parecía estar maldito, en el que el sufrimiento y la desesperación formaban parte de la cotidianidad, un lugar creado para sanar pero que se convirtió en el propio infierno.

Esta es la historia de:

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En el siglo XIII, cualquier persona que estuviera presentando estados alterados en la conducta, sufriendo una depresión, ansiedad o ataques epilépticos, se les consideraban locos o endemoniados y estos eran alojados juntos con los que sí que estaban dementes.

La mayoría de los que sufrían enajenación mental, vagaban por las calles y en numerosas ocasiones provocaba desórdenes públicos. Una de las localidades más afectada por esta problemática fue Bishopsgate (Londres).

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En 1247 Simon FitzMary fundó el Hospital Real de Bethlem con el objetivo de recaudar dinero para ayudar a la Iglesia de los cruzados pero los monjes convinieron, ante la alarma social por la situación anteriormente descrita, convertir dicho hospital en un asilo psiquiátrico.

De esta forma se fueron alojando sin distinción alguna, a todas aquellas personas consideradas locas. Sin el conocimiento necesario y solo guiado por las creencias de la época. Los propios monjes impartían el mismo tratamiento a todos estos internos. La mayoría de estos, eran encadenados a las paredes, enjaulados o esposados. Sometidos a castigos diarios y, a pesar de su estado, se les obligaba a estudiar las Escrituras. La dieta suministrada era una mezcla compuesta de vegetales y cereales. Y ésta, era la pauta utilizada en aquella época para el tratamiento de la enfermedad mental.

En 1370, el rey Eduardo III sustituyó a los monjes por otros «cuidadores» a los que se les conocían como «Los guardianes«. Estas personas carecían de experiencia alguna en el trabajo hospitalario y, obviamente, ninguna en el tratamiento de enfermos mentales. La situación del hospital al igual que la de sus internos se agravaba con el transcurso de los años. La situación empeoró cuando se descubrió que el tesorero del hospital Pedro Taverner malversaba los fondos.

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Esta circunstancia, llevó a la institución psiquiátrica a una situación dantesca y de abandono, los chillidos de los internos, la fetidez por la falta de higiene, se extendió por la zona. Y comenzó a ser conocido por el nombre del Hospital de «Bedlam«, que en ingles significa: «Hospital de los gritos«.

En 1546, la ciudad de Londres asumió la dirección del hospital, designando a sus propios guardianes, lamentablemente, nada cambió. La degeneración del centro en los años venideros alcanzó proporciones dramáticas.

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En 1598, tras una inspección, el hospital fue catalogado «no apto para ser habitados por seres humanos«. Algunos de esos pacientes habían estado internados por más de 20 años, y otros, durante casi una década. Cuando todo esto se reveló al Rey James I, alarmado por la situación, designó como administrador del hospital a Helkiah Crooke.

Pero una vez más la desgracia parecía cebarse con la institución. Al parecer la mayoría de los pacientes estaban en riesgo de morir por hambre.

Carlos I el nuevo rey, ordenó una inspección. Crooke, como otros ya hicieran anteriormente, malversó los fondos, robaba a los pacientes y se apropiaba de las donaciones de caridad. Obligaba a los internos a pagar por la comida. Algo que era casi imposible para ellos ya que al entrar en el hospital eran despojados de todos sus bienes y pocos podían recibir dinero del exterior, condenándoles a morir lentamente de hambre. Crooke fue despedido sin más.

Una nota curiosa es que hizo honor a su nombre, puesto que Crooke significa «fraudulento» en ingles.

De nuevo se cambio el sistema. El rey mandó incluir un médico, un cirujano y un boticario. Y Bedlam se convirtió en el único hospital para enfermos mentales del país. Pero el deterioro era inevitable, la masificación y el estado ruinoso en el que se encontraba el edificio obligó a trasladar el hospital a un nuevo y moderno edificio en Moorfields (Londres).

El nuevo hospital Bedlam era muy grande y costoso, pero nada de esto beneficiaría a los internos. Paul Vicent un psiquiatra holandés encargado del centro, decidió clasificar como lunáticos, según su comportamiento, a determinados pacientes. Afirmando que algunos de estos enfermos habían perdido su condición humana.

Posteriormente los catalogó como curables e incurables, confinándoles según éste criterio, en salas acordes a la misma. A raíz de ello, pronto el hospital comenzó a ser conocido con el sobrenombre de: «El palacio de los lunáticos«.

Una macabra moda se extendió motivada por el método implantado por Vicent en el hospital Bedlam. Por apenas un penique, los caballeros y damas ingleses podrían pasar una tarde de «diversión» visitando las celdas de estos enfermos. Como si de un zoológico humano se tratase, los visitantes les daban de comer, se burlaban de ellos e incluso algunos les daban alcohol para estimularles.

Pronto se convirtió en una de las grandes diversiones dominicales de los londinenses. Tras el éxito obtenido, la entrada era libre el primer martes de cada mes, una especie de «día del espectador». Se registraron más de 96.000 visitas para contemplar el triste espectáculo bautizado como «El show de Bethlem«.

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Con la llegada de un nuevo director, John Haslam, se puso en práctica un nuevo tratamiento. Un terrible e inhumano enfoque terapéutico en el que los pacientes eran golpeados violentamente, recibían baños de agua fría y eran obligados a sentarse en columpios como parte de una terapia de rotación, con la finalidad de someterlos a una dominación del comportamiento.

Por otra parte, Bryan Crowther, cirujano jefe contratado por Haslam, experimentaba en el depósito de cadáveres diseccionando los cerebros de pacientes difuntos. Una práctica ilegal en aquella época.

Un escenario que si cerramos los ojos para visualizar la situación, lo abriríamos rápidamente espantados por la angustia que produce ponerse en la piel de estos desdichados internos.

Sin embargo todo cambiaría a raíz de una filtración producida desde el interior del hospital. Supuestamente un periodista se introdujo en el hospital, suplantando otra identidad. Elaborando una información exhaustiva de la situación de los internos y esbozando las condiciones deplorables en la que se encontraba el edificio. De todo esto se hizo eco la prensa originando una inspección, una vez más, del centro.

El maldito hospital de Bedlam se trasladaría nuevamente en 1815 a los campos de St George, siendo objeto de inspecciones regulares por el gobierno originando un cambio en el tratamiento dispensado a los pacientes y eliminando los castigos.

Comenzaron a sustituirse los guardianes por enfermeras. Las estancias se adecuaron y los pacientes eran tratados con fármacos.

En 1930 se trasladó por última vez a Monks Orchad House (Beckenham).

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Hoy es líder mundial en la investigación de la salud mental este psiquiátrico que en su pasado fue considerado unos de los peores del mundo.

Todos los archivos documentales sobre la historia de la institución y de sus pacientes se encuentran expuestos en un museo erigido para ello en 1970.

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En esta breve exposición tenemos el ejemplo de cómo la ignorancia marcó trágicamente unos hechos que forman parte de nuestra historia indiferentemente de su ubicación, ya que son perfectamente extrapolables a cualquier colectivo y deben servirnos para entender nuestro presente.

En la actualidad y a pesar de poseer conocimientos avanzados sobre dicha patología, la palabra «locura» continúa manteniendo un aura tabú en nuestra sociedad. Una prueba de ello es que se utiliza el eufemismo demencia para evitar esa palabra que se considera casi maldita y avergüenza a muchas familias.

Sin embargo resulta paradójico que dicha enfermedad sea utilizada como atenuante de determinadas conductas. Justificando incluso unas acciones que son relacionadas pero no son originadas por ella.

Pero esto… será el tema de un próximo artículo.

6 comentarios sobre “INTERNADO

  1. Que cruel puede llegar a ser el ser humano….no deja de sorprendernos la maldad que encierran algunas personas.¡¡ Gran articulo a por mass !!

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