Leyendas del Antiguo Mundo (1)

 

Casi olvidados y borrados de nuestra memoria, en un continente lejano, cuando las únicas barreras que separaban a los hombres eran las naturales, una leyenda se transmitía a viva voz de aldea en aldea. Extendiéndose por inmensos territorios salvajes y llegando a los más recónditos asentamientos humanos. Eran los ancianos, considerados sabios, en los tiempos en el que el maíz madura, quienes relataban a los más jóvenes la leyenda del hombre que camina. Pausadamente y a la luz de la lumbre, aquellos venerados ancianos contaban que recibió ese nombre porque caminaba sin rumbo por las arduas llanuras. Su aspecto era como el de cualquier otro hombre. Pero había una diferencia, se preguntó quién era. A nadie parecía turbarle esa cuestión. Y por ello decidió abandonar su hogar para encontrar la respuesta.
Cuando le vieron marchar, todos en su aldea le consideraron loco. Y pensaban que los malos espíritus se habían apoderado de él.
Pero a ese hombre ni le abandonó la cordura ni los espíritus le poseían. Solo buscaba respuestas.
Y continúo su vagar con el Sol alumbrándole su camino. De noche, la Luna era su compañera.
Amanecía cuando escuchó por encima de su cabeza el aleteo de pájaros. Revoloteaban a su alrededor y ante su asombro entonaron una cantinela con las mismas preguntas que él se hacía ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? Intentó, en vano, entablar una conversación con ellas. Pero las aves, sin cesar su aleteo, ignoraron su presencia.
El hombre que camina se encontró consternado, pensando que tal vez la soledad en la que se hallaba provocaba delirios en su mente e imaginaba cosas inexistentes. Muchos soles le iluminaron y muchas lunas le acompañaron en su caminar sin recordar cuando descansó por última vez. Así, decidió cobijarse bajo un árbol cercano para descansar. Se sentó en el suelo y reclinó su espalda sobre el tronco del árbol. En seguida el sueño se adueñó de él. Soñó que cada vez andaba con mayor dificultad. Sus piernas le pesaban y con apuro levantaba los pies dejando tras de sí las huellas de sus pasos. Se despertó abrumado, apenas amanecía, y corrió hacia el camino por donde había transitado. Y allí estaban sus huellas expuestas claramente. Esa podría ser una señal, desandar el camino. El sueño se lo reveló, pensó. Y así lo hizo regresó sobre sus pasos. Atravesó un humedal y llegó a un gran lago. A orillas del lago, unas hermosas plantas de hojas moteadas llamaron su atención. Se acercó a ellas atraído por su belleza y cuando se halló a su altura las plantas le corearon:

– ¿Quién soy? ¿De dónde vengo?

Seguidamente comenzó a escuchar voces por todo el humedal. Desde el más grande hasta el ser más diminuto, se cuestionaban el sentido de su existencia. Asustado y dudando de su juicio, deambuló desorientado por el humedal. Repentinamente una espesa niebla cubrió todo el lugar y perdió el sentido. Cuando recobró el conocimiento la niebla se había disipado y el Sol brillaba intensamente. El humedal resplandecía. Percibía de forma nítida el color de todo cuanto le rodeaba, era el mismo lugar, pero parecía distinto. Un aroma dulce que antes no pudo distinguir se esparcía por el aire. Las nubes se deslizaban velozmente sobre el cielo azul radiante y escuchaba claramente las voces de los seres vivos que en ese humedal habitaban. Entonces todo comenzó a girar a su alrededor y su cuerpo se trasladó por el mundo, recorriendo lugares y visitando paisajes nunca visto por ningún hombre. Su ser se estremeció y tuvo miedo. Inmediatamente regresó al humedal. Las plantas se habían marchitado y muchos animales yacían sepultados por la tierra. El tiempo había transcurrido desde su viaje. Apesadumbrado se arrodilló en el suelo sintiéndose culpable de todo lo acaecido en aquel lugar y recogió con sus manos un puñado de la tierra que sepultaba los cuerpos inertes de aquellos, sus semejantes y la arrojó con todas sus fuerzas al aire. En ese momento la tierra tembló, y lo que estaba muerto retornó.
La dicha que le causó tal prodigio provocó su risa, que retumbó por la región contagiando con su alegría todo cuanto allí vivía. Había vencido a la muerte y nada de lo que él creara perecería.
Retomó de nuevo su camino con un destino marcado. Y allí donde encontró solo arena la convirtió en agua. Arrojó barro a las profundidades del mar y germinaron peces. Lo lanzó al aire y el cielo se llenó de pájaros. Lo plantó en la tierra y los campos se colmaron de plantas. El mundo se pobló de especies distintas. Pero quebrantando una regla natural: la muerte. Las distintas especies así se lo recordaron con mensajes que al aire lanzaban:

-Para que los primeros puedan irse y los nuevos venir ha de existir un final.

Enojado quemó hierbas del campo, pescó peces de los estanques y convirtiendo parte de la arena que en sus manos había recogido en piedras se las arrojó a las aves que en el cielo volaban. Así castigó a esos desagradecidos seres que se atrevían a contrariarlo, a él, su creador. Y de nuevo la muerte fue instaurada.
Ignorando las consecuencias de sus actos continúo poblando la Tierra. Pero el poder concedido desapareció… sus facultades le abandonaron. El mundo que ahora se mostraba ante él ya no era el mismo. Y cada paso que daba sus huellas se desvanecían. Comprobó con terror como su propio cuerpo se transparentaba, estaba dejando de existir.
Mientras desaparecía sus preguntas fueron respondidas desde su interior. Él procedía de donde todos los seres que pueblan nuestro planeta. Era tan solo uno más y debía respetar las reglas que la propia naturaleza creó porque sin ellas nada existiría. Cuando su mente fue libre activó la magia que anida en todos los seres humanos. Pero la utilizo para su regocijo, y se volvió en contra de él. Olvidó la búsqueda ¿De dónde vino? ¿Cómo llegó hasta aquí?
Y una noche en la que la Luna resplandecía como nunca el hombre que caminaba desapareció.
Desde entonces muchos afirman haber visto la sombra afligida de un hombre vagar por los valles las noches de Luna llena. Otros dicen que el viento proveniente de los bosques les hace llegar una triste melodía ininteligible.
Tal vez las únicas conocedoras del destino del hombre que camina… fueron sus propias creaciones.

 

Autor: Pedro Segura Melero -llenodestrellas.com-

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