Hay un camino por el que nadie quiere pasar. Los árboles que lo limita tienen una posición extraña, como si quisieran huir del lugar donde brotaron. En tiempos lejanos fue el paso que llevaba a la colina de los vientos. Allí se alzaba la ciudad más próspera de todas las regiones: Adani-Muli.
La creencia de que la ciudad fue construida por los dioses se había extendido por todos los territorios. Y no era para menos. Contemplar Adani-Muli sobrecogía. Unas enormes piedras que algunos decían que bajaron del cielo, rodeaban a la ciudad. Formando una barrera, una advertencia divina contra todo aquel que osara invadirla. Sin embargo, las puertas de la ciudad estaban siempre abiertas. Para entrar tan solo había que atravesar por debajo de un arco de piedra, ornamentado con flores de mil colores que los ciudadanos recogían de sus campos. Los guardias del Consejo controlaban el paso y solo se les imponía una condición al que deseaba entrar: que lo hiciera por voluntad propia y de buena fe. Cumpliendo esa condición y sin importar su procedencia ni el color de su piel todos los que llegaban eran bienvenidos. El mercader encontraba comprador, los caminantes refugio y los desilusionados, esperanza.
Las edificaciones del interior resplandecían con los rayos del Sol, y por la noche con la luz de la Luna.
Los ciudadanos disponían de extraños artilugios que les ayudaban y reducían el tiempo de sus labores diarias. Controlaban el agua que llegaba a todos los habitáculos de la ciudad mediante extraños canales pudiéndose beber sin peligro alguno.
La armonía de sus ciudadanos era contagiada al forastero. Sus habitantes cada día de su presente estaban construyendo su futuro. Sin distinción alguna todos trabajaban para lograr un propósito que hoy nos resulta utópico: la felicidad.
En Adani-Muli no existían las mismas normas que en las ciudades de los territorios conocidos. Todas las peticiones que la ciudadanía solicitaba, si eran aprobadas, se convertían en leyes que eran dictadas por el Consejo de los Ancianos y con el beneplácito de la Orden.
Ona-Icna era la representante del Consejo y legisladora. Pero antes siempre se convocaba al representante de la Orden, Ada-Roda que, tras la muerte de su padre, era la máxima autoridad. El linaje Roda era conocedor de la magia más arcana. Muchos son los prodigios que se le atribuían y sus acciones desinteresadas, para aquellos que así la necesitaban, le confirieron respeto y veneración por todos en la ciudad y en el exterior.
Ahora Ada, hija única de la familia Roda e instruida desde pequeña por su padre, continuaba con el legado. Enseñando sus artes nigromantes y aconsejando al Consejo.
Y tal vez fuera por esa convergencia entre el poder y la magia por lo que Adani-Muli era una ciudad esplendorosa, ajena a las guerras que en el exterior azotaba a gran parte de los territorios, pues ningún ejército se atrevió a atacar a la ciudad. Un lugar donde se gobierna con magia era temido por los más bravos guerreros. Nunca olvidaron a esos grandes conquistadores que aun logrando éxito en sus batallas sucumbieron ante la magia.
Todos los que visitaron Adani-Muli resaltaban su majestuosidad y la hospitalidad recibida por sus ciudadanos. Pero por encima de todo destacaban a una mujer que resplandecía con luz propia: Ada-Roda.
No se sabe quién ni cuándo, pero se extendió el testimonio de que una persona pidió un deseo a Ada-Roda y éste le fue concedido. Originando una masiva peregrinación procedente de todas las regiones.
La última Sacerdotisa para unos, o Maga para otros de la dinastía Roda, recibió a una muchedumbre que deseaban conocerla y…adorarla.
Ante los ojos de los hombres y mujeres, personas simples, cuyas ambiciones eran afines con su naturaleza y procedentes de lugares en los que la ilusión hace tiempo que se extinguió, Ada-Roda se convirtió en un ser extraordinario.
Entre sus fieles y las personas que no cesaban de visitarla representaban a más de la mitad de la población de Adani-Muli. Sobrepasar la capacidad pondría en riesgo las provisiones y suministros de la ciudad. Cierto era que el comercio había aumentado gracias a las dotes ilusionistas de Ada-Roda, pero controlar el paso y con ello la seguridad era una tarea cada vez más complicada. Sin embargo, al Consejo le turbaba algo que consideraba más peligroso.
Cada vez acudían al Templo Roda más personas que por la necesidad realizaban peticiones para obtener alimentos, favorecerles en la caza, traerles la lluvia y curarles de enfermedades. Algo contrario a los valores y principios que la Magia acuñaba desde tiempos inmemoriales y que la familia Roda había respetado siempre. Ada-Roda había infringido esa norma.
Sin fundamento alguno aparecían más testimonios que afirmaban que las peticiones se cumplían. Ada-Roda era capaz de obrar prodigios que ninguna otra mujer u hombre podría hacer, ese fue el rumor que llegaba hasta los rincones más alejados de la región.
Las visitas al Templo eran multitudinarias y todos los peregrinos llevaban una tela atada a una rama con el rostro de Ada-Roda retratado como muestra de gratitud por sus prodigios. La ciudad se llenó de banderines ondeando al viento el rostro de Ada-Roda.
Ona-Icna convocó al Consejo exponiendo sus temores. Nunca en la historia de Adani-Muli se había presenciado dicha situación. La dinastía Roda jamás se vanaglorió de su estatus y aún menos se atribuyó poderes que no poseían. Ada-Roda rompió el equilibrio establecido desde milenios y todos los allí reunidos sabían el significado de esa acción. El Consejo deliberó y convocó a Ada-Roda.
Cuando Ada-Roda recibió la misiva solicitó que el Templo fuera el lugar elegido para dicha reunión. Esta condición significó una confirmación a los temores del Consejo. El Templo, igual que su máxima representante había cambiado. En sus paredes no había representación alguna de los antepasados de Roda. Y todos los telares llevaban la imagen de Ada-Roda.
–Ada-Roda, estamos convencidos de que ya sabes para que te hemos convocado -Le dijo Ona-Icna.
Con la cabeza cabizbaja pero la postura altiva Ada asintió.
–Siempre hemos respetado a tu familia y lo que ella ha significado a lo largo del tiempo para Adani-Muli. Tú como única y última representante de los Roda has continuado con la labor iniciada por tu familia. Has guiado desde muy joven al Consejo en la toma de decisiones y siempre de forma acertada. Por ello eres merecedora del respeto y el aprecio de todos nosotros.
Antes de proseguir Ona-Icna la miró fijamente intentando hacer coincidir con la mirada de ella que se le mostraba esquiva.
–Te agradeceremos siempre lo que hiciste y lo que continúas haciendo por esta nuestra ciudad. Pero al Consejo le perturba otra cuestión. Nunca tu familia utilizó la magia para algo más que la ilusión y siempre renunció al beneficio propio que de ella pudiera obtener. Siempre la dedicó para el bien común y jamás engañó.
El Consejo guardó silencio esperando la reacción de Ada-Roda antes de proseguir.
–Siento que este Consejo, al cual respeto, halla malinterpretado mis acciones. Estoy segura de que habrá sido por mi culpa- Dijo Ada dirigiéndose a cada uno de los consejeros –Al igual que los aquí presente me preocupa todo lo que pueda afectar a esta… nuestra ciudad.
El Consejo no pasó por desapercibido el tono sarcástico empleado por Ada en su última frase, pero decidieron no interrumpirle.
–Sin duda me equivoqué. Pero gracias a mis conocimientos Adani-Muli es hoy una ciudad más próspera y reverenciada que en toda su historia. Mis fieles y los seguidores procedentes de todas las regiones representan una mayoría que aclaman a mi persona y no a mi ciudad.
Los consejeros murmuraron entre ellos reprochando lo expuesto.
-Tus palabras y así coincidimos todos en la apreciación resultan amenazadoras ¿Ada-Roda qué es lo que quieres?
De nuevo el silencio se adueñó de la sala donde resonaban las últimas palabras de Ona-Icna.
–Mi padre me instruyó desde muy pequeña desvelándome el arte de la magia. A él le debo una parte de lo que soy. Pero los tiempos han cambiado y mi padre ya no está entre nosotros. En el exterior la gente sufre y todo lo que desean cuando llegan a Adani-Muli es mi presencia.
Uno de los carteles colgados en las columnas tembló por una ráfaga de aire que se filtró del exterior del Templo.
– Hay que entregarles lo que ellos desean. Como bien dijiste antes Ona-Icna, la magia crea ilusión y eso, en los tiempos en que vivimos, es lo que necesitan.
–Pero los prodigios que se te atribuyen rompen esa regla– Dijo Ona-Icna alterada –Pues no hablan de ilusión sino de milagros.
Ada-Roda esta vez miró a los ojos de Ona-Icna.
–Creo que ha llegado el momento de erigir un altar en la zona más elevada de Colina de los Vientos con la intención de desviar a los peregrinos y solo aquellos que vengan por otros menesteres entrarán en la ciudad. Con este proceder recuperaríamos la normalidad en Adani-Muli.
Los miembros del Consejo se miraban unos a otros sorprendidos y antes de que interviniesen Ada continuó
–Eso es lo que quiero y responde a tu pregunta Ona. Es una propuesta que hago a este Consejo humildemente y por el amor que, a esta, nuestra ciudad, profeso.
El Consejo abandonó el Templo prometiendo a Ada-Roda una pronta respuesta a su propuesta que todos consideraban ególatra. Ciertamente se vería reducida la afluencia de peregrinos por la ciudad, pero lo que les preocupaba de esa petición es la falta de nobleza en ella.
Días después el Consejo deliberó y la petición de Ada-Roda fue aprobada. Continuaban creyendo en ella, por lo que representa para Adani-Muli y a sus ciudadanos. Tal vez los tiempos fueran otros, pensaron, y ella representaba el porvenir.
…Continuará en el Capítulo II