El rostro en la puerta Capítulo final

 

 

De madrugada un guardia del Consejo despertó a Ona-Icna. En la entrada a la ciudad un hombre solicitaba audiencia al Consejo para un asunto de extrema gravedad. Había llegado acompañado de otros hombres a caballo y con un carro cubierto por telares. Ona-Icna lo hizo pasar. Su nombre era Ogu-Drev jefe de una de las tribus salvajes y más temidas de las que habitan en tierras cercanas al gran lago. Se decía que mataban a cualquiera que entrara en sus tierras y a sus enemigos arrancándoles la piel y comiéndose sus cadáveres. Pero lejos de contemplar a un salvaje se encontró con un hombre desesperado que entre sus brazos llevaba a su hijo enfermo y suplicaba ayuda. Ona-Icna pensó que la providencia hizo que desconociera el altar de Ada-Roda y entrará a la ciudad y decidió aprovecharla llamando a Arot-Neder.
Cuando la joven acudió, agarró delicadamente las frágiles manitas del infante y le miró a los ojos que apenas podía mantener abiertos. Arot-Neder se convulsionó un par de veces y seguidamente soltó las manitas sudorosas por la fiebre.

Su hijo se muere sin que se pueda hacer nada -Le dijo Arot-Neder

En ese momento sorprendiendo a todos los presentes apareció Ada-Roda escoltada por un par de sus fieles.

Soy Ada-Roda. Acompañarme. -Le dijo a Ogu-Drev el cual se encontraba confuso por la situación.

Mientras que sus hombres lo guiaban al altar Oda miró a Ona y a Arot

Nunca volváis a entrometeros en mis asuntos -les dijo desafiante –Venía a solicitar mis servicios y no los vuestros.

Ada-Roda les dio la espalda dirigiéndose al altar y Ona-Icna le dijo

Ada-Roda si ese niño muere y tú le das a ese hombre, un temible guerrero, una falsa ilusión…

¡Si su fe es real… se curará! -le gritó a Ona-Icna mientras se alejaba.

En los días siguientes, la tensión entre el Consejo y la Orden fue acrecentándose. El templo fue ocupado por una parte de los fieles de la Orden para estar al tanto de lo que sucediera en la ciudad, demostrando la desconfianza hacia el Consejo. Adornaron las paredes y columnas de la entrada al templo con telares en los que se encontraban retratado el rostro de Ada-Roda que parecían estar vigilando permanentemente a la ciudad.

Por otra parte, y sin pretenderlo, el prestigio de Arot-Neder se fue extendiendo cada vez más por toda la ciudad. La joven ayudaba desinteresadamente con su don a todo aquel que lo necesitara y huía de los elogios exaltados. Algunos comenzaron a llamarla la nueva Ada algo que llegó a oídos de la propia Ada-Roda por los fieles desplazados en el templo.
La respuesta no se hizo esperar y comenzó a difundir con la ayuda de sus fieles las sospechas de que la forastera desde que fue acogida en la ciudad parecía portadora de algunas desgracias que últimamente se habían producido en Adani-Muli. También que a pesar de su apariencia noble podría ocultar su verdadera intención, arrebatar el poder que Ada había obtenido de su familia.
El Consejo estaba al corriente de todo lo que sucedía y estaban pendientes de cualquier noticia sobre la suerte del hijo de Ogu-Drev. Habían pasado muchas semanas desde que Ogu-Drev solicitó ayuda para su hijo enfermo y ninguna noticia de que hubiera muerto, tal como anunció Arot-Neder, había llegado a sus oídos. Todos se preguntaban si Arot se había equivocado o si Ada lo había curado. Ante dicha incertidumbre Ona habló con Arot para preguntarle si era posible que se hubiera confundido. Pero Arot afirmaba que lo visto aquella noche era la muerte del desafortunado niño y así Ona se lo transmitió al Consejo que comenzaban a dudar de todo.
Ada-Roda recuperó una parte de la afluencia perdida para regocijo de Ada y de ello se vanagloriaba ante el Consejo con misivas que eran distribuidas por la ciudad. Entre los partidarios de la Orden Roda y del Consejo se produjeron altercados y por primera vez en la historia de la ciudad la guardia del Consejo tuvo que intervenir. Los hurtos a los comercios e incluso de objetos de valor del templo se sucedieron y la Orden no dudo en culpar a los extranjeros causando con ello que fueran los principales sospechosos. El Consejo doblegó el número de guardias para vigilar e intervenir ante cualquier conflicto que se ocasionase en la ciudad. Ona-Icna vislumbró claramente la mano de Ada-Roda en esta insurgencia y así se lo comunicó al Consejo. También ellos sospechaban de la influencia de Ada-Roda en los altercados que se ocasionaban en la ciudad. Estaban obligados a intervenir sino querían perder el control de Adani-Muli. Tenían que hacerse con el templo para apresar a los fieles que allí se encontraban y demostrar que ellos eran los únicos instigadores de la ciudad. Pero cómo hacerlo sin que ello no originase más violencia. En ese momento una joven que desde las sombras surgió les dijo

Tal vez yo pueda ayudaros -Era Arot-Neder

Sorprendidos por la presencia de la joven todos guardaron silencio mirándola atentamente

Debéis perdonarme por la intromisión, salí a buscar a Ona-Icna y me dijeron que estaba reunida. Por ello he venido hasta aquí. Tengo algo que contar a este Consejo y es necesario que me creáis.

Aquella noche uno de los hombres del templo entró a oscuras en la habitación de Arot-Neder y mientras dormía le asestó varias puñaladas. Su mano, al igual que su cuchillo, estaba empapada en sangre. Seguidamente palpó el cuerpo para cerciorarse de que no se movía y regresó por donde entró. Todo ello sin saber que había sido observado por Ona-Icna y un guardia del Consejo. Se trataba de uno de los fieles de la Orden Roda enviado para matar a la joven, pero Arot lo había visto ese mismo día en su visión y por ello acudió a Ona. Aquel esbirro había acuchillado a un cadáver que ocupaba el aposento donde Arot debería descansar.
Al día siguiente se comunicó a la población la supuesta muerte de Arot-Neder produciendo una conmoción entre a la población. El Consejo esperó a la reacción de Ada-Roda que no se demoró en aprovechar el duelo para ir a la ciudad y culpar a los forasteros del crimen y al Consejo por no proteger a los ciudadanos, continuando con su particular ofensiva.
Mientras Ada-Roda hablaba el Consejo en pleno escoltado por su guardia apareció en el templo. Todos los allí congregados se apartaron dando paso a la comitiva.

Mientes Ada-Roda -Le dijo Ona serenamente.

Ada miró al hombre que a su derecha se encontraba delatando al autor del crimen.

Sí, ese es el hombre que anoche entró en el aposento de Arot-Neder para acabar con su vida. Yo y mis guardias fuimos testigos.

Un murmullo que crecía por momentos provenientes de los presentes se adueñó de la sala.

Pero acuchilló a un cadáver que se había puesto allí a propósito.

Ada-Roda intentó decir algo cuando, descubriéndose la capucha que llevaba puesta, se adelantó Arot-Neder

Una visión me mostró mi asesinato.

La multitud bramó sorprendida al ver a la joven sana y salva.

Y también quién lo había ordenado… ¡Tú!

Los gritos del gentío ya no cesaban algunos en contra y otros a favor de Ada-Roda

– ¡Mentira!¡todo es falso! -Gritaba Ada-Roda mientras salía corriendo del templo arropada por sus hombres – ¡Ellos son los que han planeado todo esto!

Cuando la verdad fue revelada una parte decidió ignorarla y entregar su vida por la mentira. La soberbia fue más fuerte y una guerra se declaró en defensa de un falso credo.
La locura se apoderó de todos los que allí vivían y durante días se asesinaron mutuamente si eran de bandos contrarios. El templo ardió y el fuego se extendió por toda la ciudad devorando todo lo que encontraba a su paso. Nadie pudo salir pues las puertas fueron selladas por orden de Ada-Roda. Ella se refugió en su altar sin importarle el destino de su ciudad y su gente, protegida por una corte de fieles mientras que el resto entregaba sus vidas por ella.

Fue una noche, mientras que el fragor del enfrentamiento aun resonaba tras las puertas de Adani-Muli, que un hombre ataviado con ropas oscuras entró sigilosamente en el altar como lo hace una fiera cuando caza. Ese hombre, jefe de una tribu, era el mejor guerrero y asesino de las tierras del gran lago, era Ogu-Drev. También considerado un salvaje.
Mientras recorría el altar contemplaba la cara de Ada-Roda por todas partes y su odio crecía, pero también la tristeza por la pérdida de su hijo. Murió tal y como predijo aquella joven que lo haría.
Uno a uno, sin que pudieran reaccionar, rasgó las gargantas de quienes custodiaban los aposentos de Ada-Roda hasta llegar al mismo.
Deslizó la cortina como lo haría la brisa del viento. La miró como yacía tendida en su aposento plácidamente mientras en la ciudad todo había sido consumido por el odio que ella había engendrado. Se descubrió la cara, deseaba que fuera lo último que viera. Ada-Roda abrió sus ojos. Allí la descuartizó y arrancó con delicadeza el rostro de Ada-Roda guardándolo en una bolsa y salió del altar cumplida su venganza y dejando tras de sí la muerte.
Acompañado por sus hombres se dirigió a la ciudad, aún le quedaba algo por hacer. Abrieron las puertas y un hedor insoportable salió de ellas. Ordenó a sus hombres que remataran a todo aquel que encontraran con vida para acabar con su sufrimiento. Ogu-Drev buscaba entre los cadáveres a la joven, tenía una deuda con ella. Durante mucho tiempo estuvieron buscándola sin hallarla. Pronto amanecería y ante tanta cenizas y cuerpos hacinados se convertia en una hazaña imposible. Sus hombres montaron a los caballos y Ogu-Drev se detuvo en la entrada de la ciudad mirando como el Sol se elevaba. Una ligera brisa acarició su pelo y provocó que su mirada se dirigiera a un pequeño remolino en el suelo levantando las cenizas. Sin saber por qué se dirigió hacia el lugar ante la atenta mirada de sus hombres que esperaban la orden de partir. Allí el cuerpo de una anciana calcinada parecía estar abrazando algo. Aunque su rostro estaba totalmente desfigurado le resulto conocida, era la mujer que le concedió audiencia aquella noche. Levantó su cuerpo y entre sus brazos tenía a la joven que buscaba, Arot-Neder. Su cara estaba casi intacta, pero no su cuerpo. Arrancó de los brazos el cuerpo de la joven e hizo un llamamiento a dos de sus hombres. Les ordenó llevarla al lugar donde bebería estar, el altar. Una vez allí le dio sepultura. Luego volvió a la ciudad y con ayuda de sus hombres volvieron a sellar las puertas. De la bolsa sacó el rostro de Ada-Roda aún ensangrentado y lleno de ira y odio lo estampó contra las puertas quedando pegado en estas.

Y dicen que en la Colina de los Vientos todo es luz, pero que cuando llegas a las cercanías de lo que una vez fue una ciudad todo es pestilente y oscuro. Y si contemplas el rostro desfigurado que en las puertas está estampado no es para impedir que nadie entre sino para que la maldad nunca salga.

FIN

 

 

El rostro en la puerta Capítulo II

 

Pronto se extendió la noticia de construir un altar para Ada-Roda por todos los rincones de la región y en poco tiempo miles de personas se presentaron voluntariamente en la Colina de los Vientos para colaborar en la construcción. Una muestra más del poder que Ada-Roda ejercía sobre la gente y que no dudaba en exhibirlo ante el Consejo.
En tan solo unas semanas el altar estaba casi construido, pero una tormenta obligó a detener los trabajos. Durante semanas llovió y el viento soplaba con ira. Todas las personas fueron cobijadas en el Templo de la ciudad. Hacía tiempo que no se veía una tormenta como esa. Y pronto la gente desplazada creyó ver en la situación un mal presagio. Quizá los dioses no deseaban ese altar. Sin demora alguna Ada-Roda congregó a todos los que en el Templo moraban y a sus fieles y como solo ella sabía convenció de lo contrario -Los dioses nos demuestran que el altar que se está erigiendo es capaz de resistir a cualquier inclemencia porque es un lugar donde el peregrino encontrará lo que busca-
Al día siguiente mientras el Sol iluminaba la mañana la guardia del Consejo divisó a una mujer. Caminaba lentamente y dando tumbos mientras se dirigía a la entrada y cuando se encontraba cerca de la misma cayó al suelo. La trasladaron al dispensario rápidamente y allí recobró el sentido. Era muy joven y menuda. Sus ojos y cabellos del color del azabache. Su rostro y las extremidades que sus harapos no cubrían estaban quemadas por el Sol. Se mostraba desorientada y no respondía a las preguntas. Tampoco recordaba su nombre y volvió a perder el conocimiento. Durante días la estuvieron cuidando. Solo dormía y cuando la fiebre le aumentó todos temieron por su vida. Pero no fue así, poco después la fiebre le abandonó y la joven fue recuperándose.
Cuando abrió los ojos miró a su alrededor y se encontró con Ona-Icna a su lado izquierdo y a su derecha a Ada-Roda que la miraba fijamente. Tenía un extraño peinado, los ojos eran oscuros no tanto como los de ella, su nariz ancha y con labios provenientes

¿De dónde vienes? -le preguntó Ada.
De un lugar del que no me quieren -respondió la joven.

La contestación pareció irritar a Ada-Roda.

– ¿Por qué no te quieren?
¿Es esta la ciudad llamada Adani-Muli?
En ella estas. Ahora contesta a mi pregunta.

Ona-Icna encontró extraña la hostilidad de Ada-Roda hacia la joven que acababa de recobrar la conciencia. Había requerido de su presencia para que pudiera ayudar a esa joven.

Vinieron de la otra orilla del río, de tierras muertas. Asesinaron a mi familia, a la mayoría de los hombres y mujeres mayores de mi aldea. En mi tribu todos éramos pescadores, no guerreros. Una noche aprovechando la tormenta escapé. Nadie quiso arriesgarse y caminé sola sin rumbo hasta que recordé lo que algunos de mi tribu habían escuchado sobre Adani-Muli. Atravesé el río y subí a la parte más alta de la región y desde allí, tal como se decía, el resplandor de la ciudad señaló mi camino.

¿Y tu nombre? -le dijo Ada-Roda sin mostrar compasión alguna por la joven.

Arot de la familia Neder

Ona observaba la inquietud de Ada sin que ella se percatara. La recién llegada la perturbaba y no entendía el motivo.

Los días transcurrieron y la construcción del altar progresaba satisfactoriamente. En sus alrededores, así como en el templo, todo era júbilo. Sus fieles enarbolaban las banderas con la cara de Ada-Roda contagiando el entusiasmo que le profesaban al resto de los ciudadanos.
Arot-Neder, la joven recién llegada, sin conocer las tareas que en la ciudad se realizaban se afanaba en ayudar. Aprendía rápidamente y pronto se ganó el afecto de toda la comunidad, así como el sustento ofrecido. Visitaba el Templo y Ada-Roda no desaprovechaba la ocasión para comprometerla por cualquier situación. Algo que siempre resultó infructuoso porque la joven, a pesar de su juventud, parecía anticiparse y evitarla. Una situación que irritaba a Ada-Roda y acrecentaba la antipatía sobre Arot-Neder.
La construcción del altar llegó a su fin. Y el mismo día en el que las puertas del altar se abrirían para acoger a los peregrinos algo aconteció.
El rumor recorrió Adani-Muli llegando al Consejo y a Ada-Roda. Esa misma mañana Arot-Neder tuvo una visión en la que dos jóvenes que se disponían a labrar la tierra morían aplastados por su propio carro al romperse una de sus ruedas y caer por un barranco. Angustiada fue en busca de ellos para evitarlo. Cuando los localizó les contó su visión. Decidieron comprobarlo haciendo que los caballos arrastrasen el carro cargado y mientras hacían el recorrido la rueda se partió en pedazos cayendo la carga, pero sin lamentar ninguna desgracia. Les había salvado la vida.

Aquel día tan especial para Ada-Roda quedó ensombrecido por el acontecimiento descrito.
Muchos eran los que elogiaron a Arot-Neder y comenzó a extenderse la popularidad de la joven. Demostrando que no fue una casualidad ya que posteriormente aconsejó a otras personas en la toma de decisiones de manera siempre acertada.
Ada-Roda dejó de acudir al Templo, obligando a todos sus fieles a desplazarse al altar. Era una muestra de poder. Allí dominaba todo cuanto sucedía, pero desde fuera de Adani-Muli. Comenzó a expulsar a todo aquel que la cuestionara. Así como a quienes elogiaran a la forastera que era como llamaba a Arot-Neder. Esto fue el principio del fin.
Al contrario de la lentitud con la que las proezas se propagan, los fracasos se difunden con mayor celeridad quedando permanentemente en la memoria de todos. Las afirmaciones de que muchas de las peticiones concedidas por Ada-Roda nunca se vieron cumplidas se extendieron por todos los territorios y llegando hasta la ciudad. Se decía que muchos lo habían perdido todo incluso…la vida.
La falta de credibilidad quebró una parte de la magia ¿Qué es la fe sin creyentes? Muchos de los peregrinos retornaron a sus aldeas. Ada-Roda sintió por primera vez en su vida la indiferencia. La afluencia al altar disminuyó y por primera vez en años el número de los que a la ciudad acudían para comerciar superó al de los peregrinos.
Ante esta situación que ya se alargaba más tiempo del deseado por Ada-Roda, ésta decidió hacer un llamamiento a todos sus fieles en el altar. Su intención era, una vez más, una demostración de fuerza pues convocó a casi la mitad de la población de Adani-Muli, pero en su altar en Colina de los Vientos, fuera de la ciudad. Las antorchas iluminaban el centro del altar donde Ada-Roda permanecía de pie ante su tribuna. La mayoría de los congregados portaban una tela o banderín con la imagen de ella.

A esos que dicen que no se les concedió sus peticiones, a los que difunden que mi magia no obra milagros yo les preguntaría: ¿Qué hay de vuestra fe, la verdadera? ¿Vinisteis a mí con humildad? ¿O tal vez pedisteis algo que hasta los propios dioses estaban en contra? -Dijo Ada-Roda alzando la voz para ser escuchada por todos – Aquellos que con falsedades intentan obtener para sí lo ajeno, a esos, nada les será concedido y serán debidamente castigados.

La ovación de los congregados le impidió continuar. La euforia de los creyentes semejaba más a la de un ejército que arde en deseo de combatir. Todo ello fue observado discretamente por Ona-Icna que era acompañada, por petición suya, de Arot-Neder. Las dos marcharon de allí con sigilo arropadas por la noche, dejando atrás el vocerío desenfrenado en aquella congregación.
Al día siguiente Ona reunió al Consejo. Después de lo de anoche temía que la situación se descontrolara y más aún cuando Arot le dijo lo que percibió. Una vez expuesta al Consejo la situación Ona hizo entrar, ante la sorpresa de todos, a Arot-Neder.

Aquí ante vosotros tenéis a una joven llena de virtudes -Dijo Ona al Consejo mientras la joven temblaba visiblemente –Una recién llegada pero no menos que ninguno, pues en poco tiempo ha sido considerada por todos como una más -Le dijo posando sus manos sobre los hombros de Arot tratando de tranquilizarla

Todos los reunidos la observaban a la vez que aguardaban que Ona-Icna prosiguiera

Como dije antes una joven virtuosa pero no es por ese el motivo que está aquí presente. Es porque también es una joven dotada con un don divino que le permite ver lo que nadie puede. Adelante Arot-Neder dile a este Consejo lo que anoche a mi confesaste.

La joven respiró pausadamente tratando de calmarse y comenzó a relatarles lo que percibió

He visto a toda la ciudad envuelta en llamas. Muertos, muchos muertos y mucha sangre y Ada-Roda contemplaba nuestra muerte.

Los consejeros murmuraron y Ona les pidió silencio haciéndole un gesto a Arot para que continuase

Está alterada, furiosa y también tiene miedo. Sabe que todo lo que su familia ha conseguido ella lo puede perder, porque es consciente de que no es igual a ellos.
Pero nosotros y muchos otros los hemos visto hacer verdadera magia -interrumpió un miembro del Consejo
Eso es lo que ella os hace creer, pero si buscamos una prueba no encontraremos ninguna. Su poder reside en sus palabras, con ellas consigue lo que se propone y convence a todos. Pero hay algo que puede condenarnos a todos, la venida de un hombre turbado. Un guerrero.

¿Acaso se trata de un ejército que asalta la ciudad? Eso sería imposible, nadie se atrevería -dijo un consejero

No lo sé, cuando comenzaron a gritar los que en el altar se reunieron mi visión se interrumpió y no pude ver más

Es normal, yo misma me encontraba alterada ante el griterío de aquella muchedumbre -dijo Ona-Icna –pero lo más importante es que esto tiene que acabar pues todos estamos convencidos de que Ada-Roda ha perdido el control de sus actos.

Con esa sentencia se dio por concluida la reunión y todos se retiraron aquella noche a reflexionar, pero sería por poco tiempo.

 

Finalizará en el Capítulo III