Pronto se extendió la noticia de construir un altar para Ada-Roda por todos los rincones de la región y en poco tiempo miles de personas se presentaron voluntariamente en la Colina de los Vientos para colaborar en la construcción. Una muestra más del poder que Ada-Roda ejercía sobre la gente y que no dudaba en exhibirlo ante el Consejo.
En tan solo unas semanas el altar estaba casi construido, pero una tormenta obligó a detener los trabajos. Durante semanas llovió y el viento soplaba con ira. Todas las personas fueron cobijadas en el Templo de la ciudad. Hacía tiempo que no se veía una tormenta como esa. Y pronto la gente desplazada creyó ver en la situación un mal presagio. Quizá los dioses no deseaban ese altar. Sin demora alguna Ada-Roda congregó a todos los que en el Templo moraban y a sus fieles y como solo ella sabía convenció de lo contrario -Los dioses nos demuestran que el altar que se está erigiendo es capaz de resistir a cualquier inclemencia porque es un lugar donde el peregrino encontrará lo que busca-
Al día siguiente mientras el Sol iluminaba la mañana la guardia del Consejo divisó a una mujer. Caminaba lentamente y dando tumbos mientras se dirigía a la entrada y cuando se encontraba cerca de la misma cayó al suelo. La trasladaron al dispensario rápidamente y allí recobró el sentido. Era muy joven y menuda. Sus ojos y cabellos del color del azabache. Su rostro y las extremidades que sus harapos no cubrían estaban quemadas por el Sol. Se mostraba desorientada y no respondía a las preguntas. Tampoco recordaba su nombre y volvió a perder el conocimiento. Durante días la estuvieron cuidando. Solo dormía y cuando la fiebre le aumentó todos temieron por su vida. Pero no fue así, poco después la fiebre le abandonó y la joven fue recuperándose.
Cuando abrió los ojos miró a su alrededor y se encontró con Ona-Icna a su lado izquierdo y a su derecha a Ada-Roda que la miraba fijamente. Tenía un extraño peinado, los ojos eran oscuros no tanto como los de ella, su nariz ancha y con labios provenientes
– ¿De dónde vienes? -le preguntó Ada.
– De un lugar del que no me quieren -respondió la joven.
La contestación pareció irritar a Ada-Roda.
– ¿Por qué no te quieren?
– ¿Es esta la ciudad llamada Adani-Muli?
–En ella estas. Ahora contesta a mi pregunta.
Ona-Icna encontró extraña la hostilidad de Ada-Roda hacia la joven que acababa de recobrar la conciencia. Había requerido de su presencia para que pudiera ayudar a esa joven.
–Vinieron de la otra orilla del río, de tierras muertas. Asesinaron a mi familia, a la mayoría de los hombres y mujeres mayores de mi aldea. En mi tribu todos éramos pescadores, no guerreros. Una noche aprovechando la tormenta escapé. Nadie quiso arriesgarse y caminé sola sin rumbo hasta que recordé lo que algunos de mi tribu habían escuchado sobre Adani-Muli. Atravesé el río y subí a la parte más alta de la región y desde allí, tal como se decía, el resplandor de la ciudad señaló mi camino.
– ¿Y tu nombre? -le dijo Ada-Roda sin mostrar compasión alguna por la joven.
–Arot de la familia Neder
Ona observaba la inquietud de Ada sin que ella se percatara. La recién llegada la perturbaba y no entendía el motivo.
Los días transcurrieron y la construcción del altar progresaba satisfactoriamente. En sus alrededores, así como en el templo, todo era júbilo. Sus fieles enarbolaban las banderas con la cara de Ada-Roda contagiando el entusiasmo que le profesaban al resto de los ciudadanos.
Arot-Neder, la joven recién llegada, sin conocer las tareas que en la ciudad se realizaban se afanaba en ayudar. Aprendía rápidamente y pronto se ganó el afecto de toda la comunidad, así como el sustento ofrecido. Visitaba el Templo y Ada-Roda no desaprovechaba la ocasión para comprometerla por cualquier situación. Algo que siempre resultó infructuoso porque la joven, a pesar de su juventud, parecía anticiparse y evitarla. Una situación que irritaba a Ada-Roda y acrecentaba la antipatía sobre Arot-Neder.
La construcción del altar llegó a su fin. Y el mismo día en el que las puertas del altar se abrirían para acoger a los peregrinos algo aconteció.
El rumor recorrió Adani-Muli llegando al Consejo y a Ada-Roda. Esa misma mañana Arot-Neder tuvo una visión en la que dos jóvenes que se disponían a labrar la tierra morían aplastados por su propio carro al romperse una de sus ruedas y caer por un barranco. Angustiada fue en busca de ellos para evitarlo. Cuando los localizó les contó su visión. Decidieron comprobarlo haciendo que los caballos arrastrasen el carro cargado y mientras hacían el recorrido la rueda se partió en pedazos cayendo la carga, pero sin lamentar ninguna desgracia. Les había salvado la vida.
Aquel día tan especial para Ada-Roda quedó ensombrecido por el acontecimiento descrito.
Muchos eran los que elogiaron a Arot-Neder y comenzó a extenderse la popularidad de la joven. Demostrando que no fue una casualidad ya que posteriormente aconsejó a otras personas en la toma de decisiones de manera siempre acertada.
Ada-Roda dejó de acudir al Templo, obligando a todos sus fieles a desplazarse al altar. Era una muestra de poder. Allí dominaba todo cuanto sucedía, pero desde fuera de Adani-Muli. Comenzó a expulsar a todo aquel que la cuestionara. Así como a quienes elogiaran a la forastera que era como llamaba a Arot-Neder. Esto fue el principio del fin.
Al contrario de la lentitud con la que las proezas se propagan, los fracasos se difunden con mayor celeridad quedando permanentemente en la memoria de todos. Las afirmaciones de que muchas de las peticiones concedidas por Ada-Roda nunca se vieron cumplidas se extendieron por todos los territorios y llegando hasta la ciudad. Se decía que muchos lo habían perdido todo incluso…la vida.
La falta de credibilidad quebró una parte de la magia ¿Qué es la fe sin creyentes? Muchos de los peregrinos retornaron a sus aldeas. Ada-Roda sintió por primera vez en su vida la indiferencia. La afluencia al altar disminuyó y por primera vez en años el número de los que a la ciudad acudían para comerciar superó al de los peregrinos.
Ante esta situación que ya se alargaba más tiempo del deseado por Ada-Roda, ésta decidió hacer un llamamiento a todos sus fieles en el altar. Su intención era, una vez más, una demostración de fuerza pues convocó a casi la mitad de la población de Adani-Muli, pero en su altar en Colina de los Vientos, fuera de la ciudad. Las antorchas iluminaban el centro del altar donde Ada-Roda permanecía de pie ante su tribuna. La mayoría de los congregados portaban una tela o banderín con la imagen de ella.
–A esos que dicen que no se les concedió sus peticiones, a los que difunden que mi magia no obra milagros yo les preguntaría: ¿Qué hay de vuestra fe, la verdadera? ¿Vinisteis a mí con humildad? ¿O tal vez pedisteis algo que hasta los propios dioses estaban en contra? -Dijo Ada-Roda alzando la voz para ser escuchada por todos – Aquellos que con falsedades intentan obtener para sí lo ajeno, a esos, nada les será concedido y serán debidamente castigados.
La ovación de los congregados le impidió continuar. La euforia de los creyentes semejaba más a la de un ejército que arde en deseo de combatir. Todo ello fue observado discretamente por Ona-Icna que era acompañada, por petición suya, de Arot-Neder. Las dos marcharon de allí con sigilo arropadas por la noche, dejando atrás el vocerío desenfrenado en aquella congregación.
Al día siguiente Ona reunió al Consejo. Después de lo de anoche temía que la situación se descontrolara y más aún cuando Arot le dijo lo que percibió. Una vez expuesta al Consejo la situación Ona hizo entrar, ante la sorpresa de todos, a Arot-Neder.
–Aquí ante vosotros tenéis a una joven llena de virtudes -Dijo Ona al Consejo mientras la joven temblaba visiblemente –Una recién llegada pero no menos que ninguno, pues en poco tiempo ha sido considerada por todos como una más -Le dijo posando sus manos sobre los hombros de Arot tratando de tranquilizarla
Todos los reunidos la observaban a la vez que aguardaban que Ona-Icna prosiguiera
–Como dije antes una joven virtuosa pero no es por ese el motivo que está aquí presente. Es porque también es una joven dotada con un don divino que le permite ver lo que nadie puede. Adelante Arot-Neder dile a este Consejo lo que anoche a mi confesaste.
La joven respiró pausadamente tratando de calmarse y comenzó a relatarles lo que percibió
–He visto a toda la ciudad envuelta en llamas. Muertos, muchos muertos y mucha sangre y Ada-Roda contemplaba nuestra muerte.
Los consejeros murmuraron y Ona les pidió silencio haciéndole un gesto a Arot para que continuase
–Está alterada, furiosa y también tiene miedo. Sabe que todo lo que su familia ha conseguido ella lo puede perder, porque es consciente de que no es igual a ellos.
–Pero nosotros y muchos otros los hemos visto hacer verdadera magia -interrumpió un miembro del Consejo
–Eso es lo que ella os hace creer, pero si buscamos una prueba no encontraremos ninguna. Su poder reside en sus palabras, con ellas consigue lo que se propone y convence a todos. Pero hay algo que puede condenarnos a todos, la venida de un hombre turbado. Un guerrero.
– ¿Acaso se trata de un ejército que asalta la ciudad? Eso sería imposible, nadie se atrevería -dijo un consejero
–No lo sé, cuando comenzaron a gritar los que en el altar se reunieron mi visión se interrumpió y no pude ver más
–Es normal, yo misma me encontraba alterada ante el griterío de aquella muchedumbre -dijo Ona-Icna –pero lo más importante es que esto tiene que acabar pues todos estamos convencidos de que Ada-Roda ha perdido el control de sus actos.
Con esa sentencia se dio por concluida la reunión y todos se retiraron aquella noche a reflexionar, pero sería por poco tiempo.
Finalizará en el Capítulo III