Emocionarse hoy en día es relativamente fácil. Para provocar dicha reacción hay un ejército de algoritmos, el término de moda, programados con tal fin. Sin embargo, no es esta una emoción real. El pasado 15 de octubre leí un artículo en el que se conmemoraba un hecho histórico sucedido hace 75 años en Dinamarca. Y qué duda cabe que el artículo tenía una doble intencionalidad. Por una parte, recordar ese episodio de la historia y por la otra, coincidiendo con el auge del extremismo que estamos padeciendo en diferentes partes del mundo, enviar una advertencia. Aunque esto último no lo tengo muy claro.
Sucedió durante la Segunda Guerra Mundial cuando en abril de 1940 los alemanes invadieron Dinamarca. Sin embargo, fue una ocupación de “baja intensidad”. Dinamarca junto con Noruega y Suecia eran considerados por los nazis razas puras (superioridad nórdica) y pretendían unirlos a su causa. Por ese motivo, el gobierno danés consiguió un acuerdo con el régimen de Hitler para mantener su autonomía política y garantizar la protección de la comunidad judía, compuesta aproximadamente por unos 8.000 judíos daneses. A cambio, los daneses les proporcionarían productos agrícolas e industriales, y lo más importante para Hitler, el paso libre para las tropas nazis hacia Noruega. El pueblo no se mostró de acuerdo con ese pacto y conforme iba transcurriendo el tiempo la tensión fue en aumento. La resistencia ante la ocupación se intensificó y los altercados y las huelgas masivas eran constantes.
Alemania actuó de forma tajante. Impuso la ley marcial declarando el estado de excepción. Ante esa situación la respuesta del gobierno danés no se hizo esperar y dimitió. El rey, secundando el ejemplo, abdicó.
Una vez obtenido el control total de Dinamarca, Werner Best, general de las SS y jefe de la administración en el país nórdico, solicitó al Führer desjudeizar Dinamarca. El 28 de septiembre de 1943 consiguió la orden de aprobación desde Berlín. La noche del 1 al 2 de octubre sería la fecha señalada. La Gestapo arrestaría a todos los judíos daneses por sorpresa en su propio domicilio y los deportarían trasladándolos por vía marítima desde el puerto de Copenhague a los campos de concentración en el continente.
Sin embargo, antes de ese día la orden fue filtrada. Y el 29 de septiembre durante la víspera de la festividad judía del Año Nuevo en la Sinagoga de Krystalgade (Copenhague), Marcus Melchior el rabino de la Sinagoga interrumpió el servicio religioso y les dijo a los asistentes:
“Tenéis que marcharos inmediatamente de vuestros hogares y no volváis a ellos. Avisad a todos vuestros familiares y amigos y esconderos”
Lo que sucedió a continuación es lo que ayuda a creer en nosotros, los seres humanos. Un compromiso con la humanidad en el sentido más amplio de su significado.
Se inició un despliegue inusual de solidaridad que en aquellos aciagos años escaseaba en gran parte en el continente europeo. En la primera quincena del mes de octubre de ese mismo año, miembros del gobierno, de la resistencia, líderes religiosos, policías, médicos y ciudadanos anónimos se unieron en un objetivo común: salvar a sus conciudadanos judíos. Se utilizaron las casas propias para ocultarlos. Los pescadores trasladaron en pequeñas embarcaciones a todos los judíos posibles, realizando numerosos viajes por el estrecho hasta Suecia. Los médicos y enfermeras utilizaron los hospitales para hacerlos pasar por pacientes, cambiando sus nombres. Los sacerdotes los escondieron en sus iglesias. El resultado de toda esta increíble e improvisada operación fue que la gran mayoría pudieron salvar sus vidas. Fue el único país de Europa occidental ocupado por los nazis que, como indicaba el titular de un artículo, pudo salvar a su población judía.
Siempre he creído, y continúo creyendo que cuando se presentan sucesos históricos (reales) lo hacen en referencia a una historia que sabemos de sobra que se nos ha transmitido sesgada y de manera subjetiva. Pero aún así, sentí una profunda emoción cuando te encuentras con este tipo de gestas realizada por personas, no hablo de patrias, solo de personas motivadas por la dignidad (humanidad), sin nada que ganar y mucho que perder, demostrándonos que la implicación de todos frente a la injusticia de cualquier índole no tiene la fuerza suficiente para triunfar. Y que, con el silencio, la indiferencia y el inmovilismo, nos convertimos en cómplices de esa maldad.
Como veis, el algoritmo triunfó y logró emocionarme. Pese a ello, he intentado ser objetivo y resaltar el hecho que para mí tiene más relevancia, las personas. Esas personas que hace 75 años decidieron romper sus cadenas legándonos un mensaje: todo depende de nuestra actitud.
Y llegado a este punto, mirando nuestro contexto, con todo lo que está sucediendo a todos los niveles, las condiciones en las que vivimos la gran mayoría, los horribles actos que se están produciendo a diario, yo me pregunto ¿Cuál es nuestra actitud frente a todo esto?
Quizá la verdad es que, una vez más, todo esté programado para repetir con otros actores la historia, pero con el mismo trasfondo y lo peor, con el consentimiento de todos nosotros y sin ningún tipo de excusa, porque no nos engañemos, la historia ya la conocemos.