Manuel observó como el autobús de línea se alejaba hasta perderlo de vista. No era el único espectador. Un joven compartía el banco donde él estaba sentado, pero desde el otro extremo. La diferencia en esa contemplación, posiblemente, estaba en la emoción experimentada… Para Manuel fue una señal que le indicaba que ya era suficiente. No tenía ningún motivo para seguir viviendo. Una vida carente de objetivo. Y pensar en la muerte le producía consuelo.
Días más tarde lo consiguió. Puso fin al sufrimiento y…a su vida. Nadie en el edificio donde vivía aquel solitario y cascarrabias anciano le echaría en falta. Nunca recibía visitas. Su buzón siempre se encontraba vacío. A nadie parecía importarle su existencia, mientras pagara las cuotas de la comunidad y diera fe en el banco de que continuaba vivo.
Fue el hedor de su cadáver lo que alertó al servicio de limpieza y con él a la comunidad de que algo anormal sucedía en la planta donde vivía Manuel. Solo unos días duró el revuelo y las compasiones. Ningún eco mediático se produjo por la muerte del abandonado anciano.
Manuel se marchó por voluntad propia y dejó en la mesilla de noche los pasos que deberían de seguir a quien hallara su cadáver para su entierro. Un ser humano, uno más, dejaba esta vida ante la indiferencia del gentío que le rodeaba.
Una historia ficticia la de Manuel, pero el suicidio es una realidad. Historias como estas se producen en España y en el resto del mundo. La mayoría son silenciadas o aparecen como accidentes. Un tema tabú e incómodo para el sistema. Unas de las razones que pretende justificar esta ausencia de información y estadísticas en nuestro país es el de que “potencia” el suicidio. Hay otros factores como es el religioso y la ineficacia de nuestros gobernantes que prefieren pactar el silencio antes que afrontar el problema.
Ocultar la principal causa de muerte no natural desde hace 11 años en España y que afecta especialmente a adolescentes y personas mayores es una manera de condenarlos.
Desde el año 2016, en el que se produjo 3.569 suicidios en España, el INE no publica los datos sobre ello. Muchos de los casos al no existir una nota por parte del suicida o no haber testigos sobre el hecho son considerados accidentes involuntarios. Un ejemplo, es el caso de la mezcla de comprimidos, principalmente en las personas mayores, se alega que es una confusión, un acto sin premeditar, pero de consecuencias letales.
Sin embargo, la realidad es otra. El abandono, la soledad, las dificultades económicas, la incomprensión, la enfermedad son los causantes de esta situación. Y la mayoría de estas causas serían remediables con un plan de prevención, una formación sobre el tema para futuros profesionales (sicólogos y siquiatras), transmitir los datos cuidando las formas sin enaltecer o denigrar a la persona que suicida, y, por supuesto, la implicación de todos. Pero continuamos sin un plan de prevención ni presupuesto destinado para ello y sin asignatura en las universidades para una tragedia evitable.
No se puede, rectifico, no se debería cosificar a las personas que sufren cualquier tipo de exclusión por la razón que sea. Olvidándonos de ellas no se soluciona el problema. Un sistema que carga de obligaciones y resta derechos a sus ciudadanos ejerciendo una presión basada en el miedo: a no pagar, a no ser excluidos del sistema, a la expresión libre, a ser distinto…espanta. Desgraciadamente no parece preocupar a la gran mayoría y por ende a ningún partido político, ya que este es uno de los temas ausentes, hay muchos más, en esta campaña electoral que es más una contienda entre políticos por el poder. Ninguno parece tener más preocupación que la de derribar a su adversario. Ante dicho panorama nos encontramos con una necesidad: cambiar de actitud. El escenario que nos presentan y la falta de implicación de la gran mayoría de partidos políticos por solucionar problemas sociales, nos desvela, una vez más, que sus propuestas electorales están diseñadas para cumplir con sus objetivos políticos, pero no para los problemas y carencias reales del conjunto de la sociedad.
Y por este motivo, nosotros que somos la mayoría (votantes) tenemos que prescindir del discurso demagógico. Practicar, aunque resulte tedioso, el análisis de nuestra situación personal y social, así como de nuestras carencias. Aunque sea por una vez en la vida emplear el sentido común cuando ejerzamos nuestro derecho al voto.
Esto que subjetivamente expongo tal vez provoque que el político comience a tomar conciencia de sus funciones y de que los ciudadanos recuperemos el respeto que nos merecemos de ellos.
Autor: Pedro Segura -llenodestrellas.com-
Una terrible realidad, que lejos de solucionarse, parece ir a peor. Gracias por tu reflexión. Un abrazo, Pedro.
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Gracias Isabel, un abrazo.
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