«Nosotros no damos de baja a nadie en nuestro archivo mientras no aparezca vivo o muerto»
Esto es lo que afirman policías de la unidad central encargada de rastrear casos de personas desaparecidas. Y es que se producen anualmente, en nuestro país concretamente, más de 14.000 denuncias por desaparición. El 60% corresponde a menores de edad. La mayoría se resuelven favorablemente y otras, todos sabemos cómo desgraciadamente se resuelven.
Pero hay en la base de datos policial y dentro de una carpeta etiquetada como desapariciones inquietantes, unas 100 personas fichadas del que se desconoce por completo su paradero. Han pasado muchos años y estas personas continúan desaparecidas. El tiempo, qué duda cabe, determina las posibilidades de localizarlos con vida. Desgraciadamente esto es así. Pero no hallar su cuerpo, legalmente, la persona está viva y aporta esperanza a sus familiares. Desde luego es terrible la experiencia que se padece en el seno familiar cuando un miembro de la misma desaparece. Y que transcurran los días, los meses, los años…, y siga sin aparecer. ¿Cómo es posible que una persona simplemente desaparezca?
Hay varios casos que pueden ilustrarnos sobre la extrañeza de esta situación. El primero de ellos, sucedió un 25 de junio de 1986, en el Puerto de Somosierra (Madrid). A este suceso se le conoce como:
El caso del niño de Somosierra

Su nombre: Juan Pedro Martínez Gómez, tenía entonces diez años de edad y viajaba con sus padres en un camión cisterna Volvo F-12, cargada con 20.000 litros de ácido sulfúrico óleum, y como destino de su viaje una empresa petroquímica de Bilbao. Partieron de Las Cánovas (Murcia) a las siete de la tarde, fue un viaje prometido por sus padres Andrés Martínez y Carmen Gómez, el cual le hacía mucha ilusión a Juan Pedro.
Su padre, era un experto conductor, acompañado de su esposa y de su hijo, realizaban el viaje placenteramente. Su primera parada sería en la localidad de Venta del Olivo, con la finalidad de repostar. Continuando hacia Las Pedroñeras y decidiendo aparcar en una zona de descanso.
Después de esta parada, continúan con su viaje por la carretera nacional 301, hasta entrar en Madrid. Sobre las cinco y media de la mañana, deciden hacer su última parada, el Mesón de Aragón, en el término municipal de Cabanillas, muy cerca del Puerto de Somosierra. En el Mesón fueron atendidos por un joven camarero Felipe Alhambra, quien les sirvió el desayuno. Tras esta última parada, emprenden nuevamente la marcha. Unos pocos kilómetros más adelante, sin motivos aparentes, el camión aceleró hasta llegar a los 140 km por hora, derrapando e impactando frontalmente con otro gran vehículo de características similares, saliéndose de la calzada arrasando otra hilera de vehículos de la zona, a consecuencia del impacto se produce una brecha en la cisterna del camión provocando el vertido de la carga: 20.000 litros de óleum. Se origina un caos circulatorio colosal. Eran las 06:35 horas.

Las fuerzas de Protección Civil llegan a la zona, donde se encuentran con un suceso dantesco. Entre los amasijos de hierro en los que se había convertido el camión, hallan dos cuerpos calcinados que corresponden a dos personas adultas, el matrimonio que viajaba en el camión. Se procede a valorar la situación, atender los heridos y dar la alarma sobre el vertido del ácido que se dirige peligrosamente al río.
Cuando la Guardia Civil identificó los dos cadáveres, comunicaron el fallecimiento a los familiares. La pregunta que le hicieron al agente encargado de comunicar el fallecimiento lo dejó descentrado: «¿Y cómo está el niño? ¡Por favor, dígame que mi nieto está bien!
Inmediatamente, el agente, comunica lo sucedido causando una gran perplejidad. ¿Un niño? En ese camión no viajaba ningún niño, contestó su superior. ¿Había un tercer ocupante?

Los bomberos alarmados por el comunicado de que había un tercer ocupante y que era un niño, buscaron por toda la cabina del camión, encontrándose la suela de una zapatilla deportiva que había quedado en la cabina, siendo ésta la única evidencia de la presencia del niño. Se rastreo toda la zona, pero no se encontró a Juan Pedro.
Se inicia la investigación con los datos que el tacómetro del vehículo aporta, gracias a estos, pueden hallar un testigo Felipe Alhambra, el camarero que les atendió en el Mesón Aragón, quien afirma que al matrimonio les acompañaba un niño, la descripción que Felipe realiza del niño, coincide con las del mismo Juan Pedro. Aportando un dato que resulta curioso, el niño iba totalmente vestido de color rojo, algo que particularmente le llamó la atención.
La búsqueda continúa intensamente por la zona que es rastreada minuciosamente, pero con resultados infructuosos.

No tardaron en articularse hipótesis de todas clases. Una de ellas, que era la más cabal, fue la de la posibilidad de que el cuerpo del niño hubiera sido disuelto por el ácido derramado por el camión. Pero las pruebas realizadas por la Policía científica descartaron dicha posibilidad. En el caso de que el niño se hubiera visto totalmente sumergido en ese ácido, algunas partes de su organismo, como huesos y sobre todo dientes, habrían resistido al mortal ácido, inclusive algunos componentes de su ropa, afirmaban los científicos.
Los datos que seguían extrayendo del tacómetro desconcertaron a los investigadores. Al parecer, después de esa parada en el Mesón y antes del accidente, el camión efectuó doce paradas en poco tiempo. Profesionales de la carretera afirman que en un trayecto tan corto como ése no debió haber parada alguna, o como mucho por causa ajenas una o dos veces. Y luego, algo que escapaba a toda lógica, la velocidad que bruscamente alcanzó el vehículo (140 km/h) hasta el momento del siniestro. Igualmente se descartó el fallo mecánico.

Seguidamente surgieron dos pastores de la zona, afirmando que fueron testigos del accidente, atestiguando ante las autoridades que en los momentos de confusión, aparecieron dos individuos que salieron de una furgoneta blanca, marca Nissan Vanette, y que se dirigieron hacia la cabina del camión, de donde al parecer extrajeron un gran bulto, seguidamente volvieron a la furgoneta y se marcharon de la zona. La descripción física que efectuaron estos testigos decía que dichos individuos tenían aspecto nórdico y eran de elevada estatura. Se buscaron los datos de todos los propietarios de una Nissan Vanette que había en el País, algo que no resulto dificultoso de obtener, ya que esa furgoneta era de reciente comercialización, pero no se logró ningún resultado esclarecedor para el caso.
Posteriormente se recibieron llamadas, de distintos puntos geográficos, afirmando haber visto a Juan Pedro. Las investigaciones policiales demostraron la falsedad de dichos testimonios.
Se afianzó con fuerza la posibilidad de un secuestro, algo que podría explicar las inusuales paradas y la excesiva velocidad del camión en persecución de los raptores, pero investigaciones posteriores descartaron esta teoría.
Ante la ausencia de explicaciones, surgen disparatadas conclusiones paranormales como que había pasado a otra dimensión.
Han transcurrido 27 años, y hace años que se anuló la investigación de Juan Pedro. Todas las teorías fueron investigadas y descartadas una por una, sin poder aportar ninguna explicación al incidente. Pero hay incógnitas que siguen abiertas. Nunca se supo porqué el camión hizo doce inexplicables paradas en un espacio de tiempo tan corto. Tampoco de ¿Por qué aceleró de forma tan brusca hasta llegar a los 140 Km/h, con el riesgo que para su seguridad dicha acción sobrellevaba? Y quizás la más desconcertante de todas: ¿Y Juan Pedro?
Este caso fue calificado por la Interpol como el más extraño de toda Europa.