El ser humano independientemente de sus creencias ha contemplado el cielo con el propósito de obtener las respuestas a muchas de sus incógnitas, sobre todo a la más transcendental; nuestro origen y procedencia.
Esa inquietud ha llevado a la humanidad a estudiarlo en profundidad. Ha creado mecanismos que nos permiten calcular distancias, clasificar estrellas, descubrir galaxias y conseguir ubicarnos para constatar que nos hallamos en el brazo de una galaxia en espiral y solo somos un diminuto punto en el Cosmos.
El conocimiento de todo ello, inevitablemente, origina otras cuestiones relacionadas con esa comprensión ¿No hay nadie ahí afuera? ¿Somos una excepción? ¿Un accidente?
Nadie parece tener la respuesta pero existen datos que, si bien no responden a esas preguntas, sí que abren vías de aproximación a una posible respuesta.
Esos datos los hallamos en la historia de nuestro pasado, reflejados en escritos, tradiciones y pinturas legadas por nuestros ancestros, encontrando en ellas referencias a lo que hoy conocemos como avistamientos, contactos e incluso abducciones.
También en leyendas de épocas remotas, o incluso en textos religiosos, nos percatamos de que lo descrito en ellas, eran avistamientos de objetos y luces que se desplazaban en el cielo sin obedecer a causa natural alguna: OVNIS.
El fenómeno OVNI ha sido investigado durante más de un siglo generando teorías de todo tipo y creando a su vez desinformación. Un fenómeno real y que parece haber acompañado a la humanidad desde sus orígenes sin que existan fronteras para el mismo pudiendo afirmarse de que estamos ante un fenómeno de carácter global.
A pesar de ello, siempre se le ha ubicado en una zona determinada del planeta, desde donde nos han llegado las principales investigaciones sobre el mismo, obviando o menospreciando aquellas otras noticias procedentes de otras regiones por motivos políticos.
Lo que expondré en este artículo son investigaciones que se apartan de esa tendencia interesada en ser protagonistas de un fenómeno que nos pertenece a todos, indagaciones sin prejuicios de ninguna clase y solo atendiendo a la naturaleza del fenómeno.
Recorreremos las heladas tierras de la extinta Unión Soviética una zona que sigue en la actualidad casi desconocida para conocer casos sobre objetos volantes no identificados que, algunos de ellos, permanecieron ocultos durante muchos años sin revelarse al mundo.
Si queréis acompañarme…
Existen en las crónicas rusas, descripciones de extraños objetos y luces que sobrevolaron en la noche de los tiempos por el cielo que fueron avistadas por testigos de toda clase y condición. Estas anomalías eran conocidas con el nombre de znameniya, que en ruso significa signos.
En el siglo XVII, este tipo de testimonios experimentaron un fuerte auge. Algunos testigos aseguraban haber visto extraños soles flotar en el cielo, otros describían columnas incandescentes emitiendo rayos que iluminaban el cielo.
También abundaban los testimonios de extrañas nubes de colores que se desplazaban en dirección contraria al viento despidiendo luces desde su interior.
Por su tipología y naturaleza, y asociándolas con el conocimiento actual que tenemos sobre este tipo de anomalías, estarían catalogadas dentro del fenómeno OVNI.
Uno de estos episodios, y que posee un halo fascinador, lo protagoniza un cronista árabe; Ahmed Ibn Fadlan.
Sucedió en el año 921 de nuestra era, Ahmed formaba parte de una embajada enviada por su califa, con la misión de mediar con el rey de los búlgaros en las lejanas tierras del Volga.
Este historiador, célebre por las descripciones que dejó por escrito en sus crónicas de sus vivencias con los vikingos, relató que en el curso de esa expedición, avistaron inquietantes luces en el cielo semejantes a bolas de fuego, sin ninguna señal de tormenta que pudieran originarlas. Nunca antes habían presenciado nada parecido, y eso, les generó una sensación de peligro que les acompañó durante toda la expedición.
Una vez alcanzado su destino, acomodados en Palacio, se convertirían en testigos involuntarios de un fenómeno aún más asombroso que el de su viaje. Poco antes del atardecer, se produjo un estruendo ensordecedor proveniente del cielo, cuando alzaron la vista, observaron como el horizonte se tenía de un color rojo resplandeciente, y una nube roja llameante se movía sobre ellos. De repente, otra nube igual a la primera apareció ante ellos.
Ante la estupefacción de estos esas nubes comenzaron a realizar una extraña danza; se desplazaban en el cielo, se acoplaban unas con otras, para luego separarse, incluso, creyó ver siluetas en su interior. El espectáculo continuó hasta el anochecer.
El miedo se apoderó de los recién llegados, que se arrodillaron para rezar a lo que ellos interpretaron como una señal divina. Las risas de los locales ante ese comportamiento, confundieron a Fadlan. ¿Por qué ellos no sentían temor ante lo sucedido?
Como si hubieran leído su mente le respondieron que «esas batallas en el cielo«, así era como los lugareños llamaban a estos fenómenos, se sucedían todas las noches y que incluso en muchas ocasiones les habían ayudado a vencer a sus enemigos.
Fadlan quedó tan asombrado por la experiencia vivida, que la transcribió en un relato al que curiosamente tituló: Risala y que en árabe significa mensaje.
Otra de las crónicas que a continuación expondré nos aporta detalles y descripción que asombran por la precisión y que fue posible gracias a la decisión de Farmer Levka Federov, un campesino testigo del avistamiento, que informó mediante una carta al Monasterio de San Cirilo y que la misma fue preservada por la Comisión Arqueográfica aportándonos este valioso informe.
Sucedió el 15 de agosto de 1663 en el lago Robozero, en la comarca de Vólogda, a unos 500 km. al norte de de Moscú. Era un día despejado y se celebraba la festividad religiosa de la Asunción de la virgen María, en aquella época Rusia estaba bajo el reinado del zar Alejo I, un monarca devoto y adepto de la ortodoxia más pura. En aquel tiempo el pueblo ruso había adoptado, por imposición, el cristianismo. Por ello, aldeanos y pescadores de la región acudieron a la iglesia del pueblo, ubicada a 2 Kilómetros del lago, para oficiar una misa.
Una vez dentro de la iglesia y en plena oración, escucharon un estruendo proveniente del exterior. La mayoría, salieron fuera para ver lo que sucedía, y antes sus incrédulos ojos sobre la superficie del lago distinguieron una enorme esfera en llamas desprendiendo un humo azulado. Ante esa terrorífica e incomprensible visión, corrieron despavoridos para refugiarse en el interior de la parroquia y pedir auxilio con sus rezos.
Esa esfera fue avistada desde distintos puntos de la zona, y algunos de los pescadores, que se encontraban en el lago, sufrieron graves quemaduras por la proximidad con ella. Hasta los peces huyeron hacia la orilla a consecuencia de las altas temperaturas que el agua alcanzó ante la presencia de la esfera.
Por la descripción que los testigos oculares realizaron sobre el objeto, se pudo calcular sus dimensiones, así como otros detalles sobre su comportamiento. Se trataba de un objeto esférico de más de cuarenta metros de diámetro y de una altura equivalente a la de un edificio de quince plantas. Este objeto sobrevoló el lago y permaneció en suspensión durante una hora y media. En ese tiempo, y según las descripciones de los testigos, la esfera emitió algo parecido a dos haces luminosos, que ellos identificaron como lenguas de fuego, extendiéndose por todo el lago y causantes, seguramente, de las quemaduras de los pescadores y las altas temperaturas alcanzadas en el agua del lago. Posteriormente, la esfera se elevó y desapareció en el cielo.
Sin duda, un caso que puede recordarnos por analogía a otros más actuales sucedidos en distintas zonas del planeta.
Continuaremos con nuestro viaje por este inmenso país, para adentrarnos en una de sus regiones más extensa y enigmática: Siberia. Con su enorme extensión: 13,1 millones de kilómetros cuadrados representa aproximadamente el 76% del territorio de Rusia, compuesta por zonas pantanosas y boscosas, conocidas como taigas, donde los veranos son breves y los inviernos crudos. Por algo los turcos la conocían como la Tierra dormida. Actualmente, aun existen zonas inexploradas, quien sabe si guardando algún misterio por revelar.
El acontecimiento siguiente, acrecienta esa sospecha, pues es en esta zona donde se produciría un suceso que marcaría un punto de inflexión sobre el tema.
Ocurrió en el año 1908. Un año en el que se produjeron numerosos fenómenos atmosféricos, algunos de ellos inusuales en la zona: Estruendos provenientes del cielo sin atisbo de tormentas, auroras boreales que aparecían en lugares donde nunca antes lo hicieron, nubes de colores moviéndose extrañamente en el cielo… Todos estos fenómenos incomprensibles, fueron registrados como algo natural sin más.
Pero tal vez, como a continuación entenderéis, anunciaran la proximidad de un acontecimiento que, actualmente, sigue siendo tema de debate en la comunidad científica.
En la madrugada del 30 de junio de aquel año, la mitad del planeta tembló. Una colosal explosión que devastó la región de Tunguska fue la causa. Los datos obtenidos a lo largo de más de un siglo de investigaciones, detallan unos efectos colaterales que palidecen a cualquiera y nos demuestra lo vulnerable que somos.
Sabemos que a consecuencia del estallido, millones de árboles de la zona fueron arrasados en un radio de cincuenta kilómetros y estuvieron ardiendo durante semanas, esparciendo las cenizas por el aire a todos los rincones del globo. Toda la zona inmediata y sus alrededores quedaron arrasados.
Las ondas sísmicas provocadas por la explosión fueron detectadas por las estaciones sismográficas de distintos países del planeta, y están clasificadas como unas de las más fuertes registradas en el mundo, afectando, inclusive, al campo magnético terrestre.
Durante 72 horas, la noche desapareció en Siberia occidental y Europa. El brillo del cielo en toda Europa del Norte alcanzaba para iluminar las calles de Londres.
Se calcula que la fuerza de la explosión fue de 40 megatones, es decir 2000 veces la potencia de la bomba atómica lanzada en Hiroshima (Japón) en 1945.
Sin embargo, y a pesar de la excepcionalidad del evento, no se investigó hasta pasado 13 años. En aquel periodo Rusia se encontraba sumida en un periodo de convulsión y quiebra social, su participación en la Primera Guerra Mundial, y la transformación que el país experimento tras la revolución bolchevique. No constituía un marco apropiado que motivara el interés científico por el suceso acaecido.
Tras ello y una vez instaurado el nuevo régimen, se organizó la primera expedición científica en 1921. Leonid Kulik un mineralogista ruso, famoso por sus investigaciones sobre meteoritos caídos en el país, lideró la expedición.
Debido a las duras condiciones climatológicas del interior siberiano, Kulik, no logró alcanzar el área del impacto.
Eso no desmoralizó a Kulik, dedicándose a buscar testigos locales de aquel acontecimiento. Los lugareños de la zona, al principio, se mostraron reticentes, pero terminaron por relatarles lo que vieron aquel día.
Según estos, aseguraron que antes de la explosión vieron sobrevolar lentamente un objeto luminoso de Este a Oeste y que luego cambió su dirección. Este dato desconcertó al científico; se trataba de un comportamiento anómalo en este tipo de fenómenos, era algo improbable que el meteorito variase su trayectoria, pero la respuesta, pensó Kulik, la obtendría una vez que pudiera investigar la zona del impacto.
Seis años después, en 1927 emprende una segunda expedición, alcanzando, esta vez, su objetivo. Un panorama desolador se descubrió ante él; un área aproximadamente de 2.150 km2 de bosque había sido arrasada. Árboles partidos en dos yacían a ambos lados. Cuando llegó al epicentro del impacto, pudo observar que los árboles de la zona se encontraban en pie, aunque sin ramas algunas, como si fueran postes telefónicos. Pero kulik, se encontraba confuso, no solo por la virulencia del impacto, sino por la ausencia del cráter que tuvo que originarse al haber impactado el meteoro.
Kulik y su equipo realizaron un minucioso reconocimiento de la zona en busca de fragmentos del bólido, alguna prueba de lo que supuestamente se estrelló en el bosque. Por el estado del terreno y sus alrededores, el objeto debería de ser de gran tamaño y era imposible que no existieran restos del mismo.
La búsqueda resulto infructuosa, no localizaron ningún cráter ni fragmentos del meteorito. Una vez más, Kulik, decidió investigar en las aldeas de los alrededores y preguntar a los lugareños.
Y fue en Vanavara, una pequeña aldea situada a sesenta y cuatro kilómetros de Tunguska (Siberia), donde un hombre le relata en primera persona de lo que fue testigo aquel lejano día.
«Serían las siete de la mañana, yo estaba sentado en el balcón de un establecimiento comercial en Vanavara, cuando de repente siento como algo invisible me empuja de mi asiento y mientras estaba cayendo, como si todo fuera lentamente, observo como el cielo se parte en dos, el cielo pareció arder, y en ese momento, hubo una explosión y un gran estrépito, seguido por un sonido como de piedras que caían desde el cielo, y la tierra… tembló. Tuve que desprenderme de mi camisa porque parecía estar ardiendo».
Con este testimonio, Kulik fue consciente de la magnitud de la explosión. Y durante catorce años de su vida se entregó a la ardua tarea de buscar una respuesta, encabezando varias excursiones a la zona, que le ocasionaron situaciones de riesgos, las cuales, sorteó gracias a su formación militar.
Kulik había servido en el ejército ruso y participado en la guerra ruso-japonesa de 1904, donde fue apresado. Nunca vaciló en utilizar su experiencia en combate ante situaciones que él consideraba hostiles y entorpecían sus investigaciones, todo un Indiana Jones a lo ruso.
Pero a pesar de toda su perseverancia, su búsqueda resultó ineficaz. Debido a ello, en 1939, Moscú decidió recortarle los fondos destinados a la investigación.
Soplaban vientos de guerra y Stalin se preparaba para ella. El interés del gobierno en la investigación de Kulik estaba motivado, principalmente, en la obtención de un material que le sería de gran utilidad para la guerra: Níquel y que Kulik les aseguró poder extraer del meteorito caído.
La guerra era inevitable y en 1941 las tropas nazis invadieron su patria, el deber le llamó y Kulik muere en 1942 al caer prisionero de los alemanes.
Pero nos dejó un importante legado: las investigaciones realizadas, archivos de películas y fotografías sobre Tunguska que sentaron las bases del estudio sobre este fenómeno.
Actualmente todo parece indicar que la explosión se produjo en el cielo por lo que obviamente no existe cráter de impacto. Eso explicaría el porqué los árboles de la zona del epicentro permanecieron en pie pero sin ramas, pero no responde a la pregunta de qué fue lo que originó el fenómeno.
La mayoría de los astrónomos coinciden en la teoría de que el bólido de Tunguska fue un cometa que se volatizó antes de tocar suelo, pero no se ha podido demostrar por la ausencia de pruebas, por lo que todas las hipótesis están abiertas.
Hay otros testimonios recogidos en los que se avista al objeto pero de distintas ubicaciones, y según estos, tenía una forma oval. Un pasajero del tren transiberiano declaró que vio un objeto brillante en el cielo moviéndose de la derecha a la izquierda.
Algo a destacar en los testimonios y que es coincidente en todos, es el cambio de trayectoria del objeto antes de estallar, un dato que altera el paradigma científico aplicado al comportamiento de cualquier bólido celeste que penetra en nuestra atmósfera.
Dispuestos a conjeturar podríamos pensar que se trataba de dos objetos distintos, o como otros investigadores rusos sugirieron en 1991 la posibilidad de una interceptación para evitar una catástrofe sin precedentes.
Lo que en ese caso abriría otro interrogante: ¿Quién en aquellos años disponía de esa tecnología para interceptar el objeto?
Las consecuencias que ocasionaron la explosión en el medio ambiente no suelen ser referenciadas pero resultan inquietantes ya que causaron una extraña radiación que provocó una regeneración acelerada de la taiga.
Análisis genéticos localizaron extrañas mutaciones en el RH de muchos nativos de la región de una de las aldeas próximas a la explosión. Así como alteraciones en determinados insectos como son las hormigas.
Después de todo lo expuesto, de una cosa estamos seguros, y la ciencia así lo admite. Tunguska fue el mayor enigma cósmico del siglo XX. Un fenómeno sin resolver y único en la historia de nuestra civilización, lo que dificulta las investigaciones ante la carencia de referentes.
El secretismo con el que la extinta Unión Soviética desarrolló las investigaciones sobre el fenómeno de Tunguska, inevitablemente, nos hace dudar sobre las explicaciones oficiales surgidas en torno al fenómeno y relacionarlo con los no identificados que sobrevuelan nuestros cielos sin aviso alguno.
En la segunda parte, continuaremos con la divulgación de otros casos de ovnis soviéticos y el entramado creado por parte de los organismos oficiales encargados de investigar estos fenómenos.
Mientras tanto… no olvidéis de mirar al cielo.
Genial artículo; me ha encantado. Gracias por compartir unas reflexiones y datos tan apasionantes.
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Gracias por tus comentarios Isabel . Un abracito.
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Muchas gracias por proporcionarnos información novedosa sobre el fenómeno ovni, que refuerza más, si cabe, la existencia del mismo en todas las épocas y por el tiempo que estás dedicando a ello.
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